Powered By Blogger

miércoles, 10 de noviembre de 2010

EL AMOR DE DOS TRIBUS ENEMIGAS




Samanta era una mujer amazónica de piel cobriza como las ollas de barro, era tersa y revelaba las aventuras de su vida. Sus ojos grandes, parecidos a un par de platos y negros como la noche sin luna, el cabello lacio y largo como una cascada de agua pura, sus labios voluptuosos incitaban al deseo y el rostro de esta diosa era angelical y transparente como el crepúsculo de la tarde en un arenal de una playa paradisiaca. El cuerpo de una guitarra no era suficiente para descubrir la fisionomía de Samanta, sus extremidades eran largas y firmes igual a la corteza de los robles.

En 1963, cuando apenas cumplía 23 años, Samanta vivió la llegada de la tribu enemiga para iniciar el fin de la suya; acabando con todo a su paso, desde los niños en brazos hasta los ancianos en su lecho de muerte. Ella corrió con la suerte de sobrevivir como muchos dioses; escondiéndose en un pozo sucio, húmedo, que le llegaba el agua a su cintura. Al cabo de tres noches y dos días, Samanta sale de su refugio sin ser vista ya que sus supuestos enemigos habían desertado el lugar.

Al ver su entorno devastado por la crueldad de las dagas que provocaron el deceso de toda su tribu, sus emociones salieron a flote al ver a su esposo degollado frente a su hijo colgado con un gancho de sus piesitos, parecido a un ternero entregado a sacrificio. Su padre dividido por un hacha en dos, demostraba con su mirada el sufrimiento que había padecido. Con todo esto, ella no pudo tolerar más dolor así que corrió y corrió exhausta en la sombra del árbol más grande y bello de la selva, quedando en un profundo sueño.

Al despertar se encontró desorientada y su primera imagen fue la mirada de un guerrero triste y angustiado que velaba por su bienestar. El cuerpo de este hombre se asimilaba al de Zeus, el dios guerreo. Sus ojos eran claros y cristalinos como la caída de las olas de un mar fiero.

Samael, aquel hombre semejante a Zeus, al observar a Samanta exhausta y sin fuerza decide llevarla en sus brazos fuertes y musculosos, a un lecho de serenidad y paz donde el habita. Llegando al lugar ella se percata que la tribu de él es la creadora de su pena y dolor. Así que decide escapar del lugar, pero Samael con su voz fuerte, dulce y armoniosa le advirtió que todo estaría bien y que podía confiar plenamente en él. Samanta cautivada por la voz del hombre decide estar bajo su cuidado y protección para ser su mujer; a su vez decide contarle que se encontraba en cinta y que esperaba que ello no fuera un problema.

Después de cinco meses de vivir escondiendo su identidad ante la tribu de su nuevo esposo, Samael la lleva a vivir a otro lugar aún mejor, ya que contaba con un pozo de agua limpia, un jardín con amplio terreno para cultivar y diversas flores silvestres que daban una linda vista a su nueva morada.

Allí también construyen un establo del que se beneficiaban con la leche y la lana que consumían diariamente, además realizaban trueques para tener elementos que permitían su comodidad en la vivienda.

Pasados unos meses de vivir en su nuevo hogar, Samanta da a luz a una hermosa niña idéntica a Afrodita, Samael a pesar de que no era su hija le brindó todo su cariño y ternura, formando de este modo una familia muy unida y feliz.

Pero como el destino no perdona aquellos que anteriormente toman la justicia por sus manos, como lo hizo Samael, él muere a causa de la fuerza de sus flechas asesinas quién le propinó sus enemigos (una tribu furiosa por lo que habían realizado antes), arrastrando con él a su mujer Samanta y a la que consideraba la hermosa hija de sus entrañas.

En los últimos latidos del corazón de Samael, recordaba aquel adagio que sus ancestros más sabios le habían recitado "El que a hierro mata, a hierro muere". 
La luz de sus ojos se esfumaba de su cuerpo, dando por terminada la semilla del nacimiento de una tribu que representaba la hermandad entre el sol  y la luna para consumar el universo entero. Por su parte Samanta miraba con las ultimas fuerzas que le quedaban a Samael y pensaba que hubiese sido mejor no haber vivido con él, así su hija Narú y ella estuviesen alegres viviendo y no terminado en una agonía intensa. Antes de que sus ojos se cerraran, abraza a su hija tan fuerte, le da un beso en frente pidiéndole perdón, la recuesta en su pecho y desciende su mirada al vacío dando por terminada la vida de un pequeño ser y una mujer golpeada por la vida.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario